Se regalan atardeceres

Por Enrique Yescas 

Con ese encabezado, ocupando todo el ancho de ocho columnas en la edición dominical de El Imparcial, en 1975, se publicó un anuncio firmado por Combinado Turístico San Carlos y Promotora Brisa, Valores Modernos que inició una campaña publicitaria y de comercialización de propiedades para atraer la atención de inversionistas y nuevos residentes a San Carlos. Las casas del primer concepto de condominio horizontal Los Arcos eran el objetivo y La Posada terminaba sus torres y el proyecto serviría para fortalecer la imagen y generar interés que entre otros logros, atrajo la inversión de los hermanos Estrada, molineros que invirtieron en el San Carlos Country Club. 

Muy claro se explicaba en el anuncio  del atardecer que los motivos para tener una casa y vivir  permanentemente o parte del año en San Carlos son los mismos que hasta hoy se argumentan y son parte de los anuncios para vender lotes y casas, en donde el mayor valor al desarrollo inmobiliario lo aporta el entorno natural que por muchos años pocos lo argumentaron  y quienes lo descubrían preferían guardarlo como secreto. 

El desierto y los contrastes

Hasta la fecha, el destino San Carlos tiene como eje de su valor turístico y residencial, al entorno natural, cambiante todos los días del año desde los amaneceres, el color del agua, las luces en las montañas que lo delimitan por el norte y hasta  la línea del horizonte que da espectáculos por el suroeste.

Esos atardeceres y el escenario que forman las montañas y sus sombras, las bahías con acantilados, arrecifes y playas, y los bosques de pitayas y cactus milenarios que proyectan sombras y siluetas contra luz con reflejos incandescentes que brillan en el agua definiendo las islas, los cerros y las caprichosas formaciones de roca volcánica que parece emerger del fondo del océano, son parte de los atribitos escénicos de San Carlos y todo el litoral de Guaymas. 

Esos espacios de emoción y armonía que conjugan lo que parece interminable en todas direcciones y se hacen intensos donde el desierto se junta con el mar, otra frase estereotipada en la publicidad de los años 1985 y siguientes y que es también parte de la identidad de todo el noroeste de México en Sonora y en Baja California.

San Carlos tiene además una preciada vida silvestre que comparte espacios con la mancha urbana creciente que avanza hacia los cerros de la Sierra del Aguaje, macizo montañoso lleno de caprichos, cañadas, acantilados y arroyos que alimentan oasis en los cañones y escurren hasta el mar para alimentar esteros y sus manglares como El Soldado, El Palmar y El Tular y otros.

Es ahí donde la vida marina y la terrestre se encuentran en una simbiosis que comparte espacio y solo se interrumpe por el pescador que madruga o el deportista mañanero que escala las montañas y recorre los senderos y goza sus insuperables vistas de bahías y de cerros entre, cactus y piedras volcánicas que llegan hasta la orilla del agua con fina arena o caprichosas formaciones rocosas que dan vida a los arrecifes llenos de maravillas submarinas

Esta fusión de tierra y mar con la grandiosa biodiversidad marina es la que ha impulsado a muchos a elegir este rincón del litoral de Sonora como su lugar de residencia parcial y permanente.

Así llegaron hace más  de 60 años muchos de los que fueron fundadores, así llegó y se quedó aquí el escultor Bruke Rutherford, así vino y se quedó Peter Darvas, el acuarelista de San Carlos cuyas obras decoran espacios originales y aún se cotizan en Galería Bellas Artes.

Así también vino a pescar y se qudó Alfonso Bañuelos RADA, aventurero que a partir de este descubrimiento estudia fotografía y se recrea en su quehacer recorriendo senderos y subiendo a las montañas.

Y así, la foto de la puesta del sol con sus siluetas de cerro y sahuaro ha sido recurrente argumento para anunciar el destino turístico y residencial y grabar con su impacto visual esa sensación única de «yo quiero estar ahí» todas las tardes.

Horizonte desde Villas California, al fondo isla Venado y ensenada La Manga

Forasteros y extrajeros se doblegan ante el extraordinario escenario cambiante de San Carlos. Cerros, bahías, ensenadas, acantilados, islas, playas, dunas, con clima que contrasta y luces que engrandecen cada espacio del suelo y del mar y que, así como Gustavo escribió aquel día, los atardeceres se regalan pero también los amaneceres y las nubes y las mareas… y las aves… y los delfines. Todo es regalo de Dios, desde el amanecer hasta las noches estrelladas.

Pero para quienes le ganan al sol, los amaneceres de San Carlos también son espectaculares, muchas veces adornados con la nube de neblina que corona cerros y se mueve a paso lento sobre el mar apacible de las mañanas, cuando la marea baja deja ver caprichos del mar y las canoas y kayaks se deslizan silenciosos.

Amanecer desde La Posada San Carlos

Redacciones hechas con Inteligencia Artificial y fotografías de catálogo global no superan las impresiones que la naturaleza estampa sobre el cielo, el mar y el suelo de San Carlos. 

Todos los días diferentes, cambiante cada hora, la luz en el azul del mar o el fulgor incandescente de su reflejo en el cielo, hacen que este tema sea la principal razón y el más justificado motivo para venirse a vivir a San Carlos, y para muchos es, el principio de una etapa que quisieran mantener siempre en secreto.

Este artículo es parte de la revista Guaymas Guía 2025

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