Texto y Fotos: Enrique Yescas
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Habíamos hecho planes durante medio año, mi compadre Juan Crisóstomo, hasta se compró un picapón doble cabina y doble tracción para llegar hasta allá. Teníamos entusiasmo y mucha ilusión de compartir una aventura en la Sierra de Sonora, parte de la Sierra Alta, en un lugar muy querido de los sonorenses, remontado más allá de Bacadéhuachi y antes de Nácori Chico.
Pertenece al Seminario de Hermosillo y para llegar tienes que ser parte de un plan, tener un contacto y una buena razón para adentrarte por laderas, peñas y barrancos hasta llegar al Rincón de Guadalupe; un lugar que como otros muchos ranchos remontados en la Sierra Madre son poco conocidos y en muchas de sus actividades tienen autosuficiencia, empezando con el agua.
Ocho parejas de amigos, unos compadres, otros seguidores del padre José Durazo Arvizu (Padre Pepe) y sus más cercanos colaboradores de Santo Niño en el Palo Verde de Hermosillo, donde en ese tiempo era párroco, planeamos estar en el Rincón de Guadalupe la primera semana de octubre (2001). Nos serviría de retiro espiritual y ahí organizaríamos algunas de las actividades que como grupo promotor y de soporte del amigo padre ya estábamos haciendo o tratando de hacer para la comunidad de su parroquia. Los que no habíamos subido a esa sierra pero sí oido y leido de los grandes esfuerzos que realizó el Sr. Obispo Juan Navarrete en ese rumbo; estábamos muy entusiasmados. Imaginábamos un viaje de oración, de penitencia, de encuentro y ejercicios espirituales y así lo entendíamos algunos; otros, los que ya habían ido, sabían bien a lo que iban.
Entre algunas encomiendas que nos encargó el padre Pepe y Juan Crisóstomo (Chótomo) Fimbres Moreno -de Huásabas- líder del grupo, estaban el abasto a la finca del Rincón en donde hay siempre un cuidador vigilante. Como todo ranchero que baja por provisión, llevaríamos gas, granos, aceite, harina y algunas otras cosas que se pueden almacenar, ¡claro! además de lo que consumiríamos en los cinco días de estancia, unas tablas y otros artículos específicos como jarcia, tachuelas, fleje y herramienta para reparar catres.
El clima estaba templado, aún sentíamos calor en Hermosillo pero estábamos advertidos que allá arriba haría frío. Además de las jarcias para reparar los catres, había que llevar tendidos, ahora se llaman ”sleeping bag” y la autosuficiencia básica de agua y artículos personales. La comida estaba programada por grupos, por días y por encargados de hacerla. Refrescos, cerveza y bacanora -aunque muy discretos- no podían faltar. Juegos de baraja, tableros, guitarra, armónica, cámaras, lectura y hasta estambre y agujas se incluyeron en los arneses y utilería de entretenimiento individual y para el grupo.
Con la modernidad de los celulares, nos despertamos cada quien en su casa, y nos estuvimos hablando hasta hacer el inventario formal de gente y carga en San Pedro el Saucito, saliendo de Hermosillo. La ruta es única para la Sierra Alta hasta llegar al Coyote, donde se bifurca al Sur y al Norte. Nosotros vamos al Sur. Bacadéhuachi y Nácori Chico son pueblos vecinos de nuestro destino.
El camino a seguir es Ures, Moctezuma, Huásabas sin llegar al pueblo, subir al mirador de la Cruz del Diablo y continuar hasta El Coyote por pavimento. El paisaje es siniguar, contrastando valles de ríos, pueblos y arboledas con áridos peñascos y cerros pelones de todos colores. De El Coyote, donde hay un restaurante y un campamento que ahora se quedó escondido tras una rampa de la terracería de la carretera pavimentada, sigue camino de tierra hacia el Sureste que termina en Nácori Chico. De ahí para arriba hay otros caminos menos transitados hasta llegar a Mesa de Tres Ríos o a Tecoriname y otros pueblos remontados en las inmediaciones de los límites de los estados Sonora y Chihuahua. Es lo más alto de Sonora.
Siguiendo con nuestro viaje, tomamos el ritmo, acordando volvernos a reunir en el arbolón de la Ganadera de Moctezuma. Entre nosotros viajaba un muy querido y conocido ganadero y activo miembro de la Unión Heriberto, Anselmo Aguayo -el Chemo- de Sahuaripa y en ese tiempo era encargado del Programa de Infraestructura Pecuaria de la Unión Ganadera, el PIPES.
A Moctezuma empezamos a llegar uno tras otro y la competencia se empezó a dar cuando cada quien sacó su lonche.
Revisión de unidades, ajuste de carga y lonas en cada parrilla o cajuela; yo le quité el jalón a la Cherokee porque me indicaron que pegaría al piso en los barrancos pues traía unas llantas bajitas; mi compadre Fimbres se le quedaba viendo a su carro nuevo y se sentía orgulloso de verlo cargado hasta las manitas. Cuando hablábamos de barrancos y piedras veía los estribos y le medía el largo al doble-cabina y se consolaba cuando leía 4×4.
Tres horas de camino a Moctezuma habían asentado al grupo, lo que faltó, faltó. Se hizo la advertencia de que en Moctezuma era el último pueblo proveedor. ¡Echen gasolina, compren lo que falte! Hubo quienes se devolvieron a la gasolinería del centro a asegurarse de llevar lleno el tanque. De paso se surtieron de Sabritas, Maruchan, Bimbos y otras cosas, entre ellas unas latas rojas con aguilitas negras. No sabían los ingratos que puede faltar todo allá arriba; pero estas marcas llegan a todos los rincones, como sucedió después cuando dimos reversa para dejar pasar a un troque colorado de la Tecate en la mera sierra donde parece que ya no hay más.
Salimos de Moctezuma rumbo al Este. Sugerimos parar en Huásabas para que Juan visitara a los Fimbres pero él mismo dijo que ”hasta arriba le seguimos”.
Aquí cabe aclarar que ahora hay una gasolinera en el entronque carretero de Huásabas, antes de llegar al río y con baños y servicios modernos; tiene todo lo necesario para abastecerse de combustible ahí, antes de empezar a subir.
Asi pasamos el puente del río Bavispe -que en Huásabas corre de Norte a Sur- y seguimos hacia arriba subiendo por la empinada cuesta que serpentea hasta llegar al mirador de la Cruz del Diablo en donde nos volvimos a retratar en las piedras y los paredones que en este tiempo después de las aguas, están verdosos y en algunos casos escurriendo agua de la peña.
Desde el mirador se aprecian los pueblos de Granados y Huásabas al Oriente y, al Norte la viborita plateada del río que viene desde Villa Hidalgo y antes de llegar a los pueblos tiene levantaderos para sacar agua con la que se riegan las milpas. Se antoja una instalación de aventureros rapeleros y escaladores que se columpien y viajen por cuerdas entre esos picos de piedra de la Cruz del Diablo. El panorama es único y el espectáculo sería un gran atractivo turístico.
De ahí siguen las curvas para arriba hasta el Coyote donde inicia el polvaderón. La caravana se separó y dejamos de conductor a Chótomo. Yo pedí “segundas” porque desconfiaba de mis malas llantas y así fué, me ponché y sirvió de pretexto para hacer otra parada antes de llegar a Bacadéhuachi.
En Bacadéhuachi llegó el Chemo saludando, pues era el de la maquinaria que atiende los caminos rurales y conocido desde mucho antes por la Unión. Reparamos la llanta con un amigo que tiene compresores y equipo neumático de primera para hacerlo. Seguimos rumbo a Nácori Chico calculando el medio camino para encontrar la desviación al Rincón de Guadalupe.
Nos hicimos bolas en una rampita antes de abrir la primera puerta con seria advertencia a los intrusos. Antes de iniciar el paso por la propiedad privada recibimos explicaciones de manejo, seguridad y conducta pues pasaríamos o encontraríamos a otras gentes y habría desviaciones, más puertas, ganado, parrillas pasa-ganado y vaqueros vigilantes en cada lugar. ¡El último cierra las puertas, agarren aviada en las cuestas, no se peguen mucho en las subidas, frenen con motor, pongan la doble de una vez, prendan los radios o usen las luces para señas; el doble del Chemo a la cola, él ya conoce y trae buen carro. Prepárense porque va a llover.
Y llovió. En una de esas curvas cerradas de los caminos de la sierra, donde también pasa un arroyo y las piedras del suelo son grandes, se pusieron resbalosas con la arenita mojada y empezamos a patinar. Así, lloviendo, Fernando Padrés bajó del carro con un elegante impermeable de Massey Férguson y se puso a dirigir el rumbo del conductor para que pudiera pasar por las piedras más macizas. Uno por uno subimos, los que nos acomedimos a dar señales nos dimos la primera remojada. Ya teníamos medio día de viaje, aún no llegábamos y esto se estaba poniendo emocionante.
Era bosque de encinos por todos lados, con algunos otros grandes árboles sirviendo de sombra a corrales o cabañas silenciosas y sin vida aparente. De pronto, tras una vuelta en una subida, el panorama se transformó: todo era pinos y allá arriba en la cima se veía una nube envolviendo la punta del cerro. Empezamos a sentir el vértigo y la emoción de la próxima llegada.
De reojo, abajo, divisamos un relumbrón en una cañada, era un techo de lámina bastante grande; luego al dar otra vuelta por la espiral que va por los cerros, vimos un hilo de humo. Esas eran señas de vida; el sol se colaba por entre los grandes árboles y entre nubes obscuras y cortinas de agua, todo era diferente; ¡hasta frío se estaba sintiendo!, era la media tarde, habíamos perdido la noción del tiempo y sólo pensábamos llegar antes del anochecer.
Un aserradero abandonado junto a unos cerros pelones, unas cuantas vacas en un arroyo sombreado era todo lo que habíamos visto mientras abríamos algunas puertas de rancho con advertencias y cadenas. La que lleva al Rincón de Guadalupe tiene candado y nosotros traíamos la llave. Al fin, una recta por la ladera de una loma va de frente a un cerro lleno de pinos, antes de llegar quiebra a la izquierda, luego para abajo a un arroyo de agua cristalina y piedras redondeadas y al salir del cauce y alzar la vista no hay más. Hasta ahí llegó el camino.Un tajo al otro cerro deja un espacio para detener los carros como salchichas, pegados uno a otro y apuntando hacia arriba, pues no es plano. Habíamos llegado al Rincón de Guadalupe.
Confundidas entre los troncos de los árboles y delatándose sólo por la lámina de sus techos de dos aguas, tres grandes naves de adobe en terrazas emparejadas y retenidas con trincheras de piedra en tres niveles y separadas por andadores de ladrillo y escalones de madera esperaban a los viajeros.
Ahí sólo estaba Luis Cota, desde un mes antes había recibido la instrucción de esperarnos ese día. Otro compañero, el vaquero, había ido a Hermosillo a un asunto médico.
Llegamos al Rincón, gracias a Dios; las instrucciones de los conocedores no se hicieron esperar: “las cajas en la cocina -Un cocinón casi industrial bien equipado con amplio comedor-, las mujeres en un dormitorio y los hombres en otro (eramos parejas de casados pero esa es la regla), Noé se encarga de las chimineas. Otros del petróleo, el gas, la gasolina para la planta, las hieleras, la carne, los elotes para la tamalada, las carnes congeladas y el hielo…” en fin, todos conociendo ese impresionante lugar que por su arquitectura impone pero, si conoces algo de aquellas aventuras navarreteanas, te pones chinito de tan sólo pensar cómo llegaron hasta ahí a lomo de bestia y cómo construyeron todo eso hace más de cincuenta años.
El almacén tipo granero es la nave de más arriba; ahí están las monturas y los enseres de trabajo, el combustible la utilería de trabajo y catres desvencijados; la otra nave es una serie de cuartos que inician con lo que fue la panadería con horno de domo de adobe y sus estantes y mesas. Sigue la cocina equipada como de internado y le sigue el comedor de grandes mesas y bancas largas y la alacena con la provisión para buen rato.
Otros cuartos para visitas, el cuarto donde se instaló el Padre Pepe y más allá otros. Una escalera exterior de madera invita a curiosear en un cuarto de una segunda planta, es lo que fué una biblioteca de aquellas que hasta equipo de encuadernar tuvieron. No queda nada, sólo los libreros y algunas herramientas de una mini imprenta y prensas de encuadernar de esas que ahora se usan para prensar quesos.
La nave de más abajito, la más imponente tiene tres cuartos que dan a la terraza más grande y plana con vista a la ladera. En esta casona de adobe con tijerales de madera y lámina galvanizada en el techo, están los dormitorios separados por la capilla ordenadamente dispuesta, dedicada a Nuestra Señora de Guadalupe.
No me acuerdo de muchos detalles más del primer día después de llegar y acomodarnos, excepto una reunión en la cocina en donde se dispuso el programa del siguiente día.
Al siguiente, iniciamos con Misa mañanera y con algunas actividades de orden como en un internado. El padre Pepe platicaba, nosotros escuchábamos y esperando una disciplina de “scouts” pasamos los primeros momentos hasta que entendimos que el estar ahí, juntos, en convivencia, sin comunicaciones, sin interferencias ni aparatos celulares era suficiente meditación y ejercicio espiritual.
En grupos unos seguimos al Padre, otros se organizaron para preparar la comida. Las doñas del Palo Verde se pusieron a jimar elotes y todos nos ocupamos en algo.
Desde la casa hay varios rumbos y lugares que para los seminaristas navarretianos están llenos de anécdotas pues después de la persecución y de la quema de los Ciriales, el Rincón de Guadalupe fué el retiro espiritual de la Diócesis de Sonora construido por la generación de sacerdotes alumnos del seminario de Don Juan. El Padre Pepe, de los más jóvenes de aquellos tiempos platicaba anécdotas que vivió y de las historias que escuchó de los otros padres describiendo la región.
Desde ahí nos separamos en grupos, conoceríamos los alrededores. El Padre nos llevó al núcleo de vida del lugar, un manantial que brota de la piedra. Agua cristalina se recoge en un canal de cemento y se guarda en el algibe. También alimenta el arroyo que se cruza yendo para Nácori Chico.
Ese manantial en la peña ni se ve, está en un sombreado lugar lleno de plantas exhuberantes obscuro y con el suelo húmedo lleno de hojas secas, unas sobre otras.
Luego fuimos a la cueva de la virgen, una cueva donde cuentan, se guarecieron mientras se hacían las construcciones. Ahí entre algunos millones de arañas alcanzamos a ver una estatuilla de una virgen, y algunos restos de humo en las paredes como de fogata o veladoras. Para llegar ahí bajamos por un arroyo lleno de piedras más grandes que un edificio de tres pisos.
Hacia otro rumbo, el padre nos guió por el camino viejo al Roncadero, nombre que se le puso en tiempos de las vacaciones de los grupos juveniles de la diócesis, se trata de otras construcciones de adobe similares y en donde se instalaban otros grupos.
Fuimos a “la semiolímpica” porque ahí, en el arroyo cristalino entre las peñas, más abajo de las casas, cerca del aserradero, hay unas tinajas profundas llenas de agua cristalina que incluso tienen la ducha de una pequeña caída que viene de entre otras piedras más arriba y donde los seminaristas disfrutaban el agua siempre fría de la sierra.
Fueron cuatro días de andar, convivir, disrutar. En fin, esta historia que apenas empieza se ha terminado por asuntos meramente técnicos. (espacio). Antes de concluir agradezco a Chótomo la invitación y a ustedes la lectura y, ruego a Dios conserve en buenas manos, con buenos fines y para felicidad de muchos, estos preciosos rincones de Sonora que además de bellos, están llenos de conexiones con nuestro pasado. [e. Yescas e.]
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Texto y Fotos: Enrique Yescas



