Rincón de Guadalupe, en las alturas de Bacadéhuachi y Nácori Chico, muy cerca del cielo
Por Enrique Yescas E. Editor de esta plataforma
Pondré a la vista este texto que he guardado con planes de hacer una campaña que mantenga viva esta religiosidad y espíritu navarreteano. El tiempo pasa y no debe pasa y entrego este primer texto que iré puliendo y sumando otros memorables momentos en visitas a este lugar.
Primero la descripción del lugar y sus espacios
Allá arriba, en una de las bien definidas islas del cielo de Sonora con acceso casi secreto entre puertas de rancho y pendientes interminables que penetran en el bosque de pinos y encinos que parecen llevarnos al mismo cielo por los caminos sinuosos en la sierra de Bacadéuachi, a la mitad del trayecto entre éste pueblo y Nácori Chico, está, y se mantiene en pie bajo la sombra de los pinos, una finca que así, como está, abandonada la mayor parte del año, habla y casi pega de gritos pidiendo a Dios que alguien se ocupe de ella.
Lorenzo*, quien tiene un ganadito y unas chivas en un corral, sube muy a la larga y ha estado encargado de cuidar y mantener la rodada en el camino como para marcar la huella y el territorio que ha sido visitado y muchas veces desmantelado por extraños y hay quienes dicen que los convoyes de soldados han hecho ahí varios campamento en sus correrías serranas de vigilancia.
Un manantial perene que baja de la ladera norte de un cerro alto lleno de pinos y su agua corre hasta un arroyo que serpentea entre grandes piedras y un par de cerros altos llenos de pinos. Ahí, en esa ladera, disponiendo del agua del manantial que se recoge en una pila y se distribuye con tubería y mangueras, además de canalitos de riego, están labradas en el cerro 5 o 6 terrazas niveladas de casi 60 metros de largo por unos 15 de ancho y elevadas dos o tres escalones entre una y otra. La de más abajo en un hermoso terraplén rodeado de piedras que da al arroyo y entre los pinos más altos y viejos deja una sombra que apenas permite pasar los rayos del sol al medio día. Una explanadita propia para poner los catres y dormir en el verano antes de las lluvias. Más arriba, otra terraza da lugar a las primeras edificaciones de adobe, tijerales de madera con techo de lámina de dos aguas que una vez fueron de tableta, es decir madera cortada como mosaico y puesta en e techo traslapada o amachimbrada Esta contrucción tiene un par de dormitorios que, partiendo de los extremos de su plano de planta, tiene baños, dos grandes sala en donde pueden acomodarse unos 12-15 catres y una chimenea en cada galera, que si las ponemos de espalda, dan con la pared de la capilla que está al centro de los dos dormitorios. Elevada unos dos escalones del nivel de los dormitorios, la capilla, con bancas como los templos, tiene espacio para unas 30 personas, altar y una gran imagen de Ntra. Sra. de Guadalupe. Una foto de don Juan Navarrete también decora la pared. Sendas ventanas verticales con puerta de dos hojas se abren para iluminar el lugar que permanece obscuro y con su aroma original a cera, madera, humedad y flores, que aunque apagadas las velas y marchitas las flores, parecen haberse puesto ayer.
En ese mismo terraplén de los dormitorios y la capilla, hay otra construcción de dos pisos que parece ser haberse usado para un dormitorio privado de algún prefecto o del mismo Don Juan Navarrete. Dos dormitorios individuales abajo, otros arriba.
Saliendo de los dormitorios y ascendiendo a la siguiente terraza, separada por una jardín y con banqueta de cemento y ladrillo y pierda laja como loseta, está otra nave bien diseñada que en uno de sus extremos tiene el horno de domo de adobe y el espacio techado y abierto que una vez fue la panadería. Le sigue la cocina y el comedor, espacio amplio con mesas y bancas de cabaña en cuyos tablones aún con mantel de plástico floreado se advierte el uso que en el tiempo ha tenido este lugar al que solo lo visitan seminaristas en tiempo de vacaciones y algunos retirados con posibilidades de aportar algo a este lugar para mantenerlo en pie, que por cierto ya se han ido haciendo menos debido a la edad. Sigue la despensa con filtro de cantera para agua, zarzo, anaqueles, cajones y todo lo necesario par almacenar grano, quesos, provisiones para sobrevivir. Ahora hay algunos trastes viejos y equipo de cocina que se ha ido desechando.
Comunicados por un pasillo techado de acceso que da paso de lado a lado entre los cuartos, está un par dormitorios individuales que soportan en su segundo piso una acogedora y bien iluminada habitación con piso de madera a la que se accede por una escalera exterior de madera rústica. El saloncito del segundo piso contiene en su interior algunos de los más valiosos recuerdos de este lugar. Empezando por los libros originales que están ahí desde 1945, una guitarra destartalada, algunos fierros de imprenta, materiales para mantener y reparar libros y otros enseres propios del entretenimiento y la meditación. Es la biblioteca.
Así, otras casas de adobe como «chatlets» individuales separadas en el patio de las terrazas, se dice fueron los dormitorios o lugares de hospedaje de el Padre Mariano Hurtado, del Padre Pedro Villegas y otros que contribuyeron a la construcción y el mantenimiento de este lugar.
Separada por una amplio corredor por el que pueden acceder automóviles, está otra terraza que a manera de andén tiene su nivel apropiado para maniobras de carga y descarga y es el almacén. Alambre, madera, herrajes, una planta de luz, tanques, enveses, herramienta de albañilería, de labranza y jardín, además de pastura y otras cosas se resguardan ahí de la intemperie.
Atrás, y ascendiendo al cerro rumbo al manantial, está la huerta, lo que una vez fue, de manzanos, duraznos y otras frutas. Junto con algún terrenito plano allá abajo junto al arroyo, esta huerta, los jardines que rodean las casas y la labor sembrada de maíz, dieron sustento a los seminaristas veraneros por algunas décadas.
El conjunto construcciones de adobe, entre los pinos, los andadores y los desagües canalizados es una lugar bien diseñado que ha superado la prueba del tiempo y mantiene ese espíritu ejemplar de autosuficiencia, meditación y misticismo en el mero corazón de una biodiversidad inigualable como pocos lugares quedan así en Sonora.
El pasado de este conjunto en medio de la sierra es conocido y platicado con innumerables anécdotas e historias que tienen como centro al Sr. Obispo y Arzobispo, y en proceso de canonización don Juan Fortino Navarrete y Guerrero; desde su exilio y campamento en los Ciriales, la construcción de El Rincón y el Roncadero, y posteriormente el uso de este lugar como destino de retiros espirituales de feligreses guiados por diferentes párrocos de Sonora encariñados desde su origen con este lugar.
El presente es incierto así como su futuro, sin embargo, las posibilidades infinitas que este lugar ofrece, tanto al estudio y preservación de la biodiversidad, como al cuidado de ese espacio santuario original y sagrado que encierra un valor espiritual para la grey de Sonora convertido en monasterio o lugar de retiro, hacen que uno imagine muchos momentos hermosos y posibles en este único lugar construido por seminaristas para estar literalmente cerca del cielo.
Continuará.
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